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Foto del escritorJOSEP CRUSELLAS

El deterioro del uso de la razón


En estos días de confinamiento los grupos de Whatsapp han servido para que muchos nos hayamos sentido más acompañados de amigos y familiares. La mayoría de nosotros recibimos cada día numerosos mensajes de ánimo, motivacionales, simpáticos o con interesantes recomendaciones de ocio. No faltan entre estos mensajes los que difunden diferentes miradas informativas o críticas sobre determinados aspectos de la situación que estamos viviendo.


Este último tipo de mensajes nos pone a todos a prueba y representan una constatación directa y cercana de lo que viene siendo una constante desde hace al menos un lustro: la fácil difusión y la adhesión que suscitan ciertas visiones parciales de los hechos. Y en tiempos donde las emociones dominantes son el miedo y la ira, expresadas a través de la angustia, la preocupación, el enfado, la irritación o incluso la ansiedad, las visiones sesgadas que más apoyos suscitan son las que se relacionan con ellas.


Si bien las redes sociales son el medio perfecto para que las personas anónimas puedan ocupar un espacio social que antes estaba en manos exclusivas de los grandes medios de comunicación, el fondo de la cuestión en mi opinión no está en ellas, si no en algo de mayor calado: en el uso interesado de las emociones como herramienta para favorecer determinadas opiniones o incluso estados de ánimo generales. A nadie se le escapa que las emociones son hoy el principal alimento de la comunicación. Por desgracia ello se está consiguiendo en detrimento del otro componente del comportamiento humano: el uso de la razón.


De forma muy reducida, podemos decir que nuestro organismo tiende a permanecer en el mejor estado de equilibrio que encuentra disponible. Las emociones son como una alarma interior que se dispara en nuestra amígdala cuando algo externo o un pensamiento propio nos sacan de ese estado. Esa alarma dispara una serie de reacciones fisiológicas que provocan comportamientos que buscan alcanzar de nuevo el mejor estado de equilibrio disponible. Si percibimos una amenaza, reaccionaremos con una defensa o una huida. Si lo que nos sacude lo percibimos como una injusticia, nuestros comportamientos tenderán a batallar contra ella. Si sufrimos una pérdida, nos refugiaremos en la tristeza para poder tener espacio y tiempo para sanarla. Y finalmente, si alcanzamos un logro, tenderemos a compartirlo y disfrutarlo mediante la alegría.

Pero el disparo emocional se acompaña también de una reacción por parte de nuestro neocórtex que genera nuestro pensamiento racional. Es esta racionalidad la que procura poner en contexto la emoción, haciendo lo posible por regularla y situarla en la intensidad y el grado de respuesta comportamental que se corresponde en cada momento. Es esta acción conjunta de la emoción y la razón la que finalmente conduce a nuestra toma de decisiones y nuestros comportamientos. Pero el trabajo de la razón requiere un bien muy escaso: tiempo.

En mi opinión, la inmediatez en la que estamos inmersos, aupada por los avances tecnológicos que nos permiten vivir en un grado de acción-reacción prácticamente instantáneo, dificulta el trabajo conjunto de la emoción y la razón, siendo la primera la que sale beneficiada. No hay tiempo para que la razón se ocupe de graduar nuestras emociones. Y el uso interesado de este hecho puede conducirnos a situaciones como mínimo preocupantes en el corto plazo.

Pondré un par de ejemplos de todos conocidos y ya muy comentados: el uso de los mensajes emocionales para favorecer la candidatura de Donald Trump (en realidad fueron dirigidos a destruir la candidatura de su oponente, pero el resultado fue lo anterior) o la comunicación reconocida como falsa incluso por algunos de sus divulgadores que dio lugar al éxito del Brexit en el Reino Unido. Ambos resultados fueron favorecidos por miles de mensajes emocionales estratégicamente dirigidos que generaron un estado de opinión en el que la razón dimitió de su labor a favor de dejar las emociones circulando sin gestión racional. Sí, nos mueven las emociones, pero no nos engañemos: detrás de estas campañas y de estos mensajes hay personas o grupos que sí utilizan la razón de forma interesada para crear las estrategias y las acciones necesarias para favorecer sus intereses.


Otro ejemplo más cercano. Ayer por fin pudieron salir a la calle los niños menores de 14 años. Una excelente noticia para todos ellos. Un alivio para las familias con niños en estos ya largos días de confinamiento. Pues bien, a mi Whatsapp sólo han llegado imágenes de calles o plazas atestadas de familias con niños (o sin ellos) incumpliendo las más elementales normas de seguridad. Y los comentarios que acompañan a estas imágenes generalizan y tratan a todos por igual: lo irresponsables que “somos” (todos), lo mal que lo estamos haciendo (todos), lo poco que se puede confiar en la responsabilidad de las personas (todas), etc. Ayer domingo pudieron salir a la calle 6 millones de niños con sus padres. Por poner una cifra, pongamos que disfrutaron de este primer paso del desconfinamiento 10 millones de ciudadanos. ¡10 millones! Pero una pocas imágenes de unas docenas de ellos incumpliendo las normas sirven para estimular nuestra ira colectiva, nuestro enfado, nuestras emociones más desagradables. Es una mirada interesada, destructiva, que generaliza hechos no contrastados, que se basa en una más que insignificante minoría de datos para hacer magnas extrapolaciones. Y a pesar de ello, encienden los ánimos, se difunden en grupos como certezas irrefutables. No aguantarían ni dos minutos de examen crítico y racional, pero ahí están circulando y provocando determinados estados de ánimo que, sin ninguna duda, favorecen intereses concretos de grupos cuyos fines últimos nos son desconocidos, se nos ocultan y probablemente podrían aterrarnos.


Por si ello fuera poco, observo que cuando alguien intenta frenar la difusión de estos mensajes emocionales o modularlos a través del uso de la razón, se le señala, se le aparta, se le tacha de poco implicado o de estar del lado del statu quo, de no movilizarse a favor de no se sabe muy bien qué. Lo más peligroso es que el paso que hay entre señalar y apartar a alguien y atacarlo es muy corto. En mi opinión, deberíamos poner más consciencia en ello. Cuando la razón deja de ser un modulador emocional, cuando sólo las emociones son el paradigma de la toma de decisiones y, además, la inmediatez invade los comportamientos, las sociedades entran en zonas de alto riesgo. La Historia, con mayúsculas, está llena de ejemplos que racionalmente pocos estaríamos dispuestos a que se repitieran.

Josep Crusellas

eneigualados

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